domingo, 27 de julio de 2008

Historias de los tres años

Cuando uno se pone a recodar la niñez siempre se acuerda de la figura del padre y de la madre. En mi caso, recuerdo a mi madre y algunos destellos de mi padre. Y digo destellos porque a los 3 años no te da tiempo a recordar muchas cosas. Recuerdo aquella vez que le tiré un bocado a mi hermana en el hombro de tal calibre, que incluso le ocasione sangre . Acto seguido, tras escuchar mi madre los chillidos de mi hermana, se encargó de hacerme recordar físicamente que a mi hermana no debía tirarle bocados. Al mediodía llegó mi padre y en el almuerzo ella le contó lo ocurrido. De forma muy seria me preguntó por qué había hecho eso, a lo que yo le expliqué que mi hermana no me había hecho caso mientras le hablaba, habiéndose ésta tapado los oídos mientras decía: "¡No te escucho, no te escucho!" Al fin y al cabo estaba legitimado para hacer aquello, no entendía la reacción de mi madre. Aunque el tiempo me enseñó que aquella no era forma de arreglar las cosas cuando los demás no te escuchan.

También recuerdo aquel día en el campo. Mis padres tenían un Seat 600 con el que íbamos a todos lados y tocó ir al campo. Comenzamos a pasear entre los árboles, significando para mí un paseo inmenso. De repente vimos otro Seat 600 de idéntico color al nuestro abandonado entre unos matorrales, lo que aprovechó mi padre para decir que aquel coche era el nuestro y que ya no podriamos volver a casa. Mi reacción fue ponerme a llorar. ¿Qué seria de mi vida desde ese momento? Moriríamos en aquel bosque sin remedio. Las risas del resto de la familia no se hicieron esperar y tan sólo la voz dulce de mi abuela explicándome que aquél no era nuestro coche me calmaron.

Otro día que no se me olvidará fue durante una comida en una venta a las afueras de Málaga. Acabábamos de comer y me marché a los columpios. Estaba jugando en uno de ellos cuando se acercó a mí otro niño intentando tomar mi sitio, a lo cual reaccioné tomando una posición defensiva que me llevaría a preservar mi momento de ocio. En esto llegó mi padre cogiéndome por la espalda y diciéndome: "Vamos gallito de pelea". ¿Qué estaba haciendo? Yo era capaz de defender mi columpio solo y además, ¿qué había querido decir con aquello? ¿Acaso no eran los gallos los machos de las gallinas? ¿Y de pelea? Pero si los gallos sólo se encargaban de despertar a los humanos! Con el tiempo aprendí el significado de aquellas palabras.

Por último, me acuerdo de aquel último día. Acabó de almorzar y se marchó. Ya no volvió más y en su lugar aquella noche vinieron mis abuelos. Mi madre abrió la puerta, yo estaba tras ella y vi a mis abuelos con lágrimas en los ojos. Lo demás fue una escena triste entre llantos en la que no entendía nada. Sólo quería ver a mis padres, y él nunca volvió. Semanas más tarde le pedía a mi abuelo que trajera un martillo para romper aquella lápida tras la cual estaba él. Quería sacarlo de allí. Pero nunca lo traía y con el tiempo comprendí que ya no regresaría.

La vida está llena de momentos inevitablemente tristes que afectan a todos, independientemente de la edad que tengas. No es fácil afrontarlos y nadie te sabe responder a muchas preguntas. La respuesta de que Dios se lleva a los que son buenos llega un momento en que ni la entiendes ni la quieres volver a escuchar. ¿Acaso no le necesitaba yo más? Pese a todo me quedo con los tres momentos descritos, con todos los que no recuerdo y con el saber que aunque se fue pronto, mi padre siempre ha estado conmigo, ayudándome, desde algún lugar en el que siempre encuentran refugio las almas de las buenas personas como él.

Estés donde estés, siempre estarás conmigo. No recuerdo si te lo dije, estoy seguro que si, pero ahora te escribo que siempre te querré, papá.

3 comentarios:

Adriana dijo...

Que fuerte, te entiendo y no sabes cuanto.
De leer este texto seguro se sentiría muy orgulloso de vos.

Un besote grande. Te seguiré visitando, en tu otro blog, he quedado enganchada con tu historia de playa.

El último samurai bancario dijo...

Hola Adrianina

El presente blog lo empecé cuando tenía pensado acabar con la historia del anterior, como una especie de segunda parte. Lo que ocurre que me salió tan íntimo y personal que no quiero precipitar el fin de la otra historia ni la continuación de ésta.

Gracias por tu comentario. Son sentimientos muy fuertes que nunca le conté a nadie, y ya ves, ahora los muestro a todos.

Un beso

Camille dijo...

Samurai,
Sí, sé que es el otro blog el que está activo pero no puedo evitar el dejar un comentario en éste, y más en este post.
Pasaremos toda la vida recordándoles pues su figura es eterna.

Besos